Tras besar a sus padres se metió en su cuarto. Una luz
anaranjada proveniente de una lamparita colocada encima del escritorio la hizo
fundirse con la calidez del entorno, de su entorno, que suponía para ella casi
un amigo.
Dejó caer sus vaqueros ajustados al suelo de madera,
seguidos por la camisa de cuadros, el sujetador que reservaba para ocasiones
especiales, y, finalmente, sus bragas de encaje rosas, que llenaron, junto con
el resto de la ropa, el espacio bajo ella de un desastre colorido que le
resultó hasta divertido. Se enfundó su sudadera de Mickey Mouse y, no sin antes
haber mirado su reflejo en el espejo, se deslizó bajo sus queridas sábanas que
a veces sustituían los abrazos que tanto le costaba dar pero tanto ansiaba
recibir.
Así, apoyando la cabeza en la almohada, evocó su recuerdo
que, a su vez, trajo consigo su inconfundible olor y una sonrisa a los labios
de aquella idiota que lo soñaba cada noche. Recordó la última vez que se
vieron: cómo antes de llegar al punto de encuentro se había parado frente a un
escaparate a contemplarse a sí misma en el cristal, y cómo había preguntado a
su mejor amiga, presa de un nerviosismo que creía tener bajo control, “¿estoy
bien?”. “¡Claro!”, había contestado ella, con una mezcla de sorpresa y
diversión en su rostro, y había añadido: “¿por qué te alteras tanto?”. “¡No me
altero!”, pero su tono evidenció la ansiedad que la corroía por dentro como una
manada de elefantes corriendo a toda velocidad por su estómago revuelto.
Sonrió. Que por qué se alteraba… Agarró su oso de peluche,
lo estrechó contra sí, y elevó sus ojos al techo para fijar la mirada en las
brillantes estrellas que la velaban desde allí. Se imaginó ahí con él,
contándole cómo había pegado dichas pegatinas cuando tenía nueve años,
confesándole su amor incondicional al firmamento, susurrándole cómo su boca
carnosa la transportaba fuera de la Vía Láctea. Y casi lo vio reírse,
diciéndole entre risas que era una cursi, para que ella se colocara encima suyo
y se inclinara hasta rozar su oído con la boca para dejar caer un “¿quieres
comprobar cómo de cursi soy?”. Él sonreiría de ese modo que tanto le gustaba,
acrecentando el deseo por sus besos, que ardía en todo su ser impidiéndole
pensar siquiera con un poco de claridad mientras él le arrebataría el pijama
que recién se había puesto para descubrir su desnudez, que la hacía parecer
frágil y fuerte al mismo tiempo. Entonces lo miraría a los ojos y se vería
reflejada en ellos, envuelta en un tono verdoso que la consumía desde las
entrañas deseándolo desesperadamente fundiendo su piel con la de ella.
Y entonces, justo entonces, abrió los ojos, miró el reloj
sin apenas diferencias los malditos números, y se dio cuenta de cuánta noche de
tortura le quedaba por delante. Suspiró y volvió a cerrarlos.
Buenas noches.
Eres una maquina nahia
ResponderEliminarQué monísima que eres, muchas gracias, preciosa
EliminarPasada bat da nola idazten dezun... zorionak nahia ta ez utzi inoiz idazteaz.. muxu bat
ResponderEliminarBeste muxu erraldoi bat zutzat <3
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